Desde hacía meses, y pensándolo bien años, quería lanzarme a hacer esto (¿les suena familiar la frase?). Hoy les contaré mi primera vez en rafting y lo que aprendí de eso.
Rafting…ir en aguas rápidas con solo una balsa, un remo y junto a otras personas navegando a través de ellas. Susto en el estómago…
Como buena procrastinadora que era (si, era, ahora ya “casi no” jaja), estuve posponiendo la ida, pero finalmente encontré la excusa perfecta: el cumpleaños de mi sobrino Sebastián.
Indagué donde podía ser la locación especial para ir y sin duda, escoger Cascada de las Ánimas en el Cajón del Maipo, fue la mejor elección para esta primera vez. A una hora de Santiago puedes tener este paisaje de verdes montañas y susurros de ríos como el Maipo, donde realizamos nuestra aventura.
Llegamos como a las diez de la mañana y los anfitriones nos dieron las indicaciones de nuestro “full day” que incluía, caminata a las cascadas, almuerzo, jacuzzi y por supuesto el rafting. Hay otras variaciones de este full day por eso te recomiendo que visites su página www.cascasdadelasanimas.cl. Mientras esperábamos la preparación para la actividad, recorrimos las instalaciones y respiramos el aire puro que a veces la ciudad no nos deja.
Bajamos al río y nuestro instructor nos dijo que en breve comenzaba la inducción y le contamos que estábamos de celebración de cumpleaños de Sebas. Nos miró y dijo ¿Qué edad cumple? , 10, dijimos y nos indicó que si bien podía ir, ese día el río estaba crecido y estaban incluso esperando para decidir si suspender o no la salida de ese día.
No miramos un poco nerviosos y respiramos…que fluya todo. Susto en el estómago otra vez.
Mientras esperábamos para comenzar la aventura, pensaba mil cosas: ¿y si fue mala idea venir para acá? ¿y si el rio crece más y nos caemos? Y la peor, al estilo destino final: ¿y si nos morimos? Jajaja…si, así de dramática, que, aunque es una posibilidad, los instructores nos hablaron de las estadísticas así que nos tranquilizaron para no entrar en pánico, al menos las adultas que íbamos, ya que no le comentamos nada a los niños.
Empezó la inducción y la gente llegaba. Nosotros éramos un grupo familiar de 5 personas así que esperaba que estuviéramos juntos en la balsa…
Si..la balsa…cuando la vi frente a nosotros (aun en tierra firme) pensé “¿qué vine a hacer yo aquí y a donde me voy a montar?” para ese momento era tarde, el instructor ya había comenzado a hablar indicándonos donde debían ir los pies, como tomar el remo, y que hacer en caso que cayéramos al río. Mientras más indicaciones daba más pensaba yo “este es el fin”, sobretodo cuando me fijé que no teníamos que ir sentados dentro de la balsa sino en las la parte lateral
Los demás grupos eran de personas amigos entre sí que ya habían vivido la experiencia en otros lugares y venían a probar en el rio Maipo allí pensé “’¿están locos?, ¿Quién repite esto?.
Cuando nos dirigíamos a colocarnos la vestimenta adecuada, los chalecos salvavidas empezamos a bromear sobre si nos caímos de la balsa pero extrañamente, comenzó una complicidad en el grupo de “no nos vamos a caer”, así que me sentí más tranquila.
Posamos para la foto en tierra y bajamos al río. Nuestro instructor nos distribuyó en la balsa. Los dos de mayor contextura y peso en la parte de atrás, las de contextura mediana al frente y la más delgada al centro. “Contrapeso” indicó. Las instrucciones eran precisas: remar hacia adelante, hacia atrás, sacar el remo y levantarlo y jamás sacar el pie de apoyo que teníamos en la balsa.
Aquí vamos….
Una vez comenzamos a navegar nuestro instructor comenzó a direccionar la balsa y nosotros remando, aun las aguas estaban tranquilas. El chico del kayak que nos escoltaba como medida de seguridad hacía piruetas como para que nos relajáramos y disfrutáramos la experiencia. La meta, no caerse y al caerse, levantarse…..algo sonaba conocido….
Las aguas rápidas comenzaron y vino la primera sensación: supervivencia. Allí no era remar hasta salir de los “rápidos” para aguas más tranquilas, solo que el trayecto no es tan corto y debes remar con todas tus fuerzas. En ese momento el guía te anima con indicaciones de que hacer y solo te dice: mantén la vista al frente, al río….hacia adelanta….esto me sonó familiar.
Como en la vida, siempre mantener la mirada hacia adelante, pendiente de lo que hacemos en el presente, en este caso, remar.
Cuando pasamos el primer “bache”, nos bañó el rio con esa agua helada y a la vez divina (si, tragué mucha pero nada exagerado) sentí como si me fuera limpiando del miedo y los nervios que tuve temprano.
No quedaba de otra: había que remar. “Otro bache”, dice el instructor, y aquí vamos con nuestros remos para imprimir la fuerza que nos hará llegar a la meta.
Así navegamos rio abajo hasta que las aguas se pusieron planas. Con una profunda respiración, instintivamente miré al cielo y a mi alrededor, y allí estaba…la naturaleza en todo su esplendor. Montaña, arboles, piedras enormes, montones de pájaros volando. Fue increíble la sensación de disfrutar el paso por el río a pesar de que sabíamos que pronto debía recuperar la faena y remar hasta terminar la travesía.
En ese momento, nos permitían echarnos al río y bajarnos. Los niños lo hicieron. Se bañaron tomado de la balsa y pudimos relajarnos un momento.
La balsa que venía tras nosotros, se volteó pero los integrantes rápidamente la tomaron los instructores los ayudaron a retomar el curso.
Cuando intentamos subir a los niños a la balsa, me pasó algo extraño: no podía subirlos. Por algún motivo olvidé la regla de tomar a las personas por el chaleco salvavidas y empecé a tomar a mi sobrina por la mano, por lo que, obviamente, se resbalaba y caía nuevamente al rio. Entre risas y nervios ella me decía: “recuerda las reglas tía, el chaleco, el chaleco” pero no tuve fuerzas para subirla y al ver que se acercaban los rápidos, desde el otro lado de la balsa, salió el instinto de supervivencia de un miembro del equipo y la haló con tal fuerza que la subió al bote. En ese momento, al ver que se quedaba solo ese lado de la balsa y que yo no era de mucha ayuda subiendo a un tripulante, me fui hasta ese lado de la balsa para el contrapeso ya que pensé: “aquí nos vamos a voltear”. Afortunadamente no fue así. Llegamos sanos y salvos a la orilla. Luego de poco más de media hora teníamos nuestra meta alcanzada y enseñanzas que me reforzó el rafting las cuales quiero compartir contigo:
- Que ante lo nuevo siempre estarán los nervios, pero eso solo significa 2 cosas: que estamos vivos y que tenemos algo nuevo que aprender en la vida.
- El trabajo en equipo no es solo colaborarse unos con otros sino, usar las potencialidades de cada uno para mantener “la balsa a flote” y con dirección a la meta. Juntos y en sinergia logramos más.
- Mantén la mirada en el objetivo: Enfócate. Si ya estás en la travesía (en la vida), mantén tu concentración en el objetivo final y no lo sueltes hasta que “llegues a la orilla”. Te sentirás con una libertad y alegría que te inyectará más ganas de vivir.
- Disfrutar el trayecto: Estar concentrados en la meta no implica dejar de ver lo que nos rodea y contemplar lo maravilloso que nos da la vida como la naturaleza, nuestros amigos, la familia.
- Reconoce tus éxitos con humildad: Una vez que alcances el objetivo, se amable contigo y regálate un reconocimiento. Abrázate, si, abrázate a ti mismo, di en voz alta “lo hice, y lo hice bien” y disfruta ese momento.
- Finalmente, ATREVETE a hacer algo por primera vez: y al menos una vez cada año pasa tu zona de confort y eleva tu nivel con experiencias nuevas. Vive, disfruta, haz nuevas amistades y escucha más los deseos de tu corazón.
¡Espero que esta mirada de como viví el rafting y los aprendizajes que saqué de allí te sirvan y hagan que hoy, te mueves hacia eso que tanto quieres hacer y no te atreves!
Los invito a pensar en alguna actividad que hayan hecho y que de positivo han experimentado y compártelo para que más personas se animen a salir de su zona de confort.
¡Nos vemos en el próximo post!